La Voz de los Trabajadores
Foto: Maja Hitij, pesebre palestino en Belén, 2023
En la República Dominicana, el fundamentalismo religioso ha sido aliado de las peores causas. La jerarquía eclesiástica católica apoyó a la dictadura trujillista y la dictadura balaguerista en sus incontables crímenes contra el pueblo dominicano, a cambio de un Concordato que sigue lesionando los derechos democráticos del pueblo dominicano hasta el día de hoy. Algunos sectores de extrema derecha de iglesias evangélicas y de la iglesia católica también han estado a la cabeza de campañas contra los derechos de las mujeres, y en apoyo a un gobierno abiertamente racista y antiobrero como el encabezado por Luis Abinader. En el caso del liderazgo fundamentalista evangélico, este activismo político y partidista se ha extendido más allá de la política nacional para brindar un apoyo incondicional al genocidio que está perpetrando el Estado de apartheid sionista contra el pueblo palestino, intensificado desde el mes de Octubre de 2023, traicionando abiertamente a los palestinos cristianos que sufren la represión y los bombardeos israelíes, tanto como los palestinos musulmanes y de otras denominaciones religiosas o ateos.
La campaña militar sionista, con apoyo de EEUU y Alemania, ya ha cobrado más de 40 mil víctimas desde octubre de 2023, más de 180 mil según algunos cálculos, en su mayoría mujeres e infantes. Desde el inicio, evangélicos de extrema derecha dominicanos han apoyado los crímenes del Estado israelí. El 11 de octubre de 2023 se concentraron en la Coalición Pastoral y la autodenominada Marcha por la Vida frente a la embajada sionista en Santo Domingo para expresar su apoyo a los bombardeos. Más recientemente, Juan Tiburcio Pérez, de la Iglesia de Dios, se pronunció en apoyo al Estado genocida de Israel y criticó al gobierno dominicano por votar en la Asamblea General de la ONU en mayo de 2024 junto a otros 141 Estados por la ampliación de derechos del Estado palestino en ese foro multilateral. Es tal el extremismo de esos sectores, que se colocan a la derecha del gobierno dominicano. El gobierno de Abinader está totalmente subordinado en su política exterior a EEUU y apoya al Estado sionista, desarrollando acuerdos bilaterales en materia represiva, de gestión del agua, dedicando eventos culturales a los genocidas y apoyando políticas anexionistas como la declaración unilateral e ilegal de Jerusalén como capital de la entidad colonial sionista. Pero para fundamentalistas evangélicos como Carlos Peña, esto es insuficiente.
Históricamente, sectores del fundamentalismo evangélico de extrema derecha en EEUU, y más recientemente en América Latina, han estado entre los más fanáticos partidarios del apartheid sionista. La explicación política y social de este fenómeno está en la adscripción de un sector ultraconservador a las tesis de supremacismo racial y sobre todo a la política imperialista de EEUU hacia el mundo árabe. Desde el punto de vista ideológico, este apoyo a Israel es presentado en el marco de una lectura literal de los textos bíblicos. Así, estos sectores justifican su postura a favor del colonialismo y el apartheid en Palestina en base a la noción de que la Nakba, la limpieza étnica contra el pueblo palestino en 1947-48, fue la realización de una profecía bíblica que acerca la vuelta de Jesucristo a la Tierra.
Los palestinos cristianos obviamente no suscriben estas ideas y frecuentemente han denunciado la hipocresía, el racismo y la ideología imperialista de las iglesias que apoyan al Estado genocida de Israel. Un ejemplo elocuente de esta denuncia es el sermón «Cristo bajo los escombros», pronunciado el 23 de diciembre de 2023 en Belén por el pastor palestino Munther Isaac, de la Iglesia Luterana Evangélica.
Por su interés, lo citamos extensamente a continuación:
Cristo bajo los escombros
Estamos enfadados. Estamos destrozados.
Este debería haber sido un tiempo de alegría.
En cambio, estamos de luto, tenemos miedo.
Más de 20,000 asesinados, miles siguen bajo los escombros, cerca de 9,000 niños asesinados de las formas más brutales.
Día tras día, 1.9 millones de desplazados, cientos de miles de viviendas destruidas.
Gaza, tal como la conocimos, ya no existe. Es una aniquilacion, un genocidio.
El mundo mira, las iglesias miran.
La población de Gaza envía imágenes en directo de su propia ejecución. Tal vez al mundo le importe, pero sigue su camino.
Nos preguntamos aquí, ¿podría ser éste nuestro destino en Belén? ¿En Ramala? ¿En Yenín? ¿Es éste también nuestro destino?
El silencio del mundo nos atormenta.
Los líderes de los supuestos «países libres», se alinearon uno tras otro para dar luz verde a este genocidio contra una población cautiva. Ellos dieron la cobertura.
No sólo se aseguraron de pagar la factura por adelantado, sino que velaron la verdad y el contexto, aportando la cobertura política.
Y además se ha añadido otra capa, la cobertura teológica, con la iglesia occidental entrando a la escena.
Nuestros queridos amigos de Sudáfrica nos enseñaron el concepto de la teología del estado, definida como la justificación teológica del statu quo con su racismo, capitalismo y totalitarismo. Lo hace manipulando conceptos teológicos y textos bíblicos para sus propios fines políticos.
Aquí en Palestina, la Biblia es manipulada contra nosotros, nuestro propio texto sagrado.
En nuestra terminología en Palestina hablamos del Imperio. Aquí nos enfrentamos con la Teología del Imperio, un disfraz para la superioridad, el supremacismo, el exclusivismo y la arrogancia.
A veces se le da una cobertura embellecedora utilizando términos como misión, evangelización, realización de la profecía, o la ampliación de la libertad.
La Teología del Imperio se convierte en una poderosa herramienta para enmascarar la opresión bajo el manto de la decisión divina.
Habla de una Tierra sin gente, divide a las personas en Nosotros y Ellos, deshumaniza y demoniza.
El concepto de Tierra sin gente, aunque sabían muy bien que la tierra tenía gente, y no solo cualquier gente, una gente muy especial.
La Teología del Imperio pide vaciar Gaza, igual que pidió la limpieza étnica en 1948. Un milagro, o un milagro divino, como lo llamaron.
Ahora nos pide a los Palestinos que vayamos a Egipto, quizás a Jordania, ¿por qué no simplemente al mar?
Pienso en las palabras de los discípulos de Jesús cuando estaba a punto de entrar en Samaria. «Señor, ¿quieres que mandemos a bajar fuego del cielo y que los consuma?», dijeron de los samaritanos.
Esta es la Teología del Imperio, esto es lo que dicen hoy de nosotros.
Esta guerra nos ha confirmado que el mundo no nos ve como iguales. Quizás sea por el color de nuestra piel, quizás porque estamos en el lado equivocado de una ecuación política.
Ni siquiera nuestra hermandad en Cristo nos protege.
Por eso dicen que si hace falta matar a cien palestinos para alcanzar a un solo «militante de Hamás», que así sea.
No somos humanos ante sus ojos, pero ante los ojos de Dios nadie puede decirnos eso.
La hipocresía y el racismo del mundo occidental son transparentes y consternadores. Siempre toman la palabra de los palestinos con sospecha y reservas. No, no se nos trata como iguales.
Sin embargo, el otro lado, a pesar de un claro historial de desinformación y mentiras, sus palabras casi siempre se consideran infalibles.
A nuestros amigos europeos, no quiero volver a oírles dar lecciones sobre derechos humanos y derecho internacional, y lo digo en serio. Supongo que no somos blancos. No aplican a nosotros de acuerdo con su propia lógica.
En esta guerra, los numerosos cristianos del mundo occidental se aseguraron de que el Imperio dispusiera de la teología necesaria.
Es autodefensa, nos dijeron. Pero sigo preguntando, ¿cómo puede ser defensa propia el asesinato de 9.000 niños? ¿Cómo puede ser autodefensa el desplazamiento de 1,9 millones de palestinos?
Bajo la sombra del Imperio, convirtieron al colonizador en víctima y al colonizado en agresor.
¿Hemos olvidado, hemos olvidado, que el Estado con el que hablan, que ese Estado se construyó sobre las ruinas de las ciudades y pueblos de esos mismos gazatíes? ¿Lo han olvidado?
Estamos indignados por la complicidad de la iglesia.
Que quede claro amigos, el silencio es complicidad, y los llamamientos vacíos a la paz sin un alto el fuego y el fin de la ocupación, y las palabras superficiales de empatía sin acción directa, están todos bajo la bandera de la complicidad.
Así que este es mi mensaje: Gaza se ha convertido hoy en la brújula moral del mundo. Gaza era un infierno antes del 7 de octubre y el mundo permanecía en silencio. ¿Debería sorprendernos que ahora callen?
Si no te horroriza lo que está ocurriendo en Gaza, si no estás conmovido hasta lo más profundo, algo falla con tu humanidad.
Y si nosotros, como cristianos, no estamos indignados por el genocidio, por la utilización de la Biblia como arma para justificarlo, algo falla en nuestro testimonio cristiano y estamos comprometiendo la credibilidad de nuestro mensaje evangélico.
Si no llamas a esto genocidio, es culpa tuya. Es un pecado y una oscuridad que abrazas voluntariamente.
Algunos ni siquiera han pedido un alto el fuego, me refiero a las iglesias. Lo siento por ustedes. Nosotros estaremos bien.
A pesar del inmenso golpe que hemos sufrido, nosotros, los palestinos nos recuperaremos. Nos levantaremos. Nos alzaremos de nuevo en medio de la destrucción, como siempre hemos hecho como palestinos.
Aunque este es, por mucho, tal vez el mayor golpe que hemos recibido en mucho tiempo, pero estaremos bien.
Pero los que son cómplices, lo siento por ustedes. ¿Se recuperarán alguna vez de esto?
Su caridad y sus palabras de aflicción después del genocidio no servirán de nada, y sé que estas palabras horrorizadas vendrán, y sé que las personas darán generosamente para la caridad.
Pero sus palabras no cambiarán nada, las palabras de arrepentimiento no serán suficientes, y permítanme decirlo: no aceptaremos sus disculpas después del genocidio.
Lo que se ha hecho, se ha hecho. Quiero que se miren al espejo y se pregunten, ¿dónde estaba yo cuando Gaza estaba sufriendo un genocidio?
En estos últimos dos meses, los salmos de lamentación se han convertido en una preciosa compañía para nosotros.
Gritamos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué has abandonado Gaza? ¿por qué escondes tu rostro de Gaza?”
En nuestro dolor, angustia y lamento, hemos buscado a Dios y lo hemos encontrado bajo los escombros de Gaza.
Jesús mismo fue víctima de la misma violencia del Imperio cuando estuvo en nuestra tierra. Fue torturado, crucificado, se desangró mientras los demás miraban.
Lo mataron y gritó con dolor: Dios mío, ¿dónde estás? Hoy, en Gaza, Dios está bajo los escombros. Y en este tiempo de Navidad, mientras buscamos a Jesús, no lo encontraremos en el lado de Roma, sino en nuestro lado del muro.
Está en una cueva, con una familia sencilla, una familia ocupada. Está vulnerable. Apenas y milagrosamente sobreviviendo a una masacre, él mismo. Está entre los refugiados, en una familia de refugiados, aquí es donde se encuentra Jesús hoy.
Si Jesús naciera hoy, lo haría bajo los escombros en Gaza. Cuando glorificamos el orgullo y la riqueza, Jesús está bajo los escombros. Cuando dependemos del poder, la fuerza y las armas, Jesús está bajo los escombros. Cuando justificamos, racionalizamos y teologizamos el bombardeo de niños, Jesús está bajo los escombros.
Jesús está bajo los escombros, este es su pesebre. Está en casa con los marginados, los que sufren, los oprimidos y los desplazados. Este es su pesebre. Y he estado mirando y contemplando esta imagen icónica. Dios con nosotros, precisamente de esta manera. Ésta es la encarnación, sucia, sangrienta, pobreza, ésta es la encarnación.
Y este niño es nuestra esperanza e inspiración. Miramos y lo vemos en cada niño muerto y sacado de debajo de los escombros. Mientras el mundo sigue rechazando a los niños de Gaza, Jesús dice: lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí me lo hicisteis. A mí me lo hicisteis.
Jesús no sólo los llama suyos, sino que él es ellos. Él es los hijos de Gaza.
Miramos a la Sagrada Familia y la vemos en todas las familias desplazadas y desorientadas, ahora sin hogar y desamparadas.
Mientras el mundo discute el destino de los habitantes de Gaza como si fueran cajas indeseadas en un garaje, Dios, en el relato de navidad, comparte sus destinos, camina con ellos y los llama suyos.
Así que este pesebre trata de la resiliencia, de la perseverancia. Y la resiliencia de Jesús está en su mansedumbre, en su fragilidad, en su vulnerabilidad. La majestuosidad de la encarnación está en su solidaridad con los marginados, porque este es el mismo niño que se levantó en medio del dolor, la destrucción, la oscuridad y la muerte para desafiar a los Imperios. Para decir la verdad al poder y conseguir una victoria eterna sobre la muerte y la oscuridad. Este mismo niño lo logró.
Así es la Navidad hoy en Palestina, y este es el mensaje de Navidad. La Navidad no tiene que ver con Papá Noel, ni con árboles, regalos y luces. Cuánto hemos distorsionado el significado de la Navidad, cómo hemos comercializado la Navidad. Por cierto, estuve en EEUU el mes pasado, el primer lunes después de Acción de Gracias, y me sorprendió la cantidad de adornos y luces navideñas, y todos los productos comerciales.
Y no pude evitar pensar: nos envían bombas, mientras celebran la navidad en sus tierras, cantan sobre el príncipe de la paz en su tierra, mientras tocan el tambor de la guerra en nuestra tierra.
La Navidad en Belén, el lugar de nacimiento de Jesus, es este pesebre. Este es nuestro mensaje al mundo hoy. Es un mensaje evangelico. Es un verdadero y auténtico mensaje de Navidad, sobre el Dios que no se quedó callado, sino que dijo su palabra, y su palabra fue Jesús.
Nacido entre los ocupados y marginados, se solidariza con nosotros en nuestro dolor y rotura.
Este es nuestro mensaje para el mundo hoy, y es simplemente el siguiente: este genocidio debe detenerse ahora. ¿Por qué no lo repetimos? ¡Paren este genocidio ya! ¿Pueden decirlo conmigo? ¡Paren este genocidio ya! Digámoslo una vez más… ¡Paren este genocidio ya!
Esta es nuestra llamada. Esta es nuestra súplica. Esta es nuestra oración. Aquí, oh Dios, Amen.