Quisqueya Lora H.
El 9 de febrero de 1822 se considera la fecha en la que quedó formalmente abolida la esclavitud en la parte Este de la isla Hispaniola. Esta abolición puede ser considerada un producto de la Revolución Haitiana y con ella finalmente toda la isla fue formalmente libre, y sería el único territorio americano sin esclavitud. Lamentablemente a República Dominicana le han borrado la memoria histórica de la esclavitud y de la abolición como momento fundamental en la lucha por sus derechos, por la equidad y el reconocimiento de su afroidentidad.
La esclavitud fue una de las instituciones de explotación humana con mayor duración e influencia en el desarrollo de la colonia española que se constituiría posteriormente en la República Dominicana. Este sistema estuvo vigente desde los primeros momentos de la colonización, habiendo constancia de que ya en 1502 con Nicolás de Ovando empezaron a llegar los primeros esclavizados africanos. Sin olvidar que los indígenas sometidos a encomiendas, podían ser considerados esclavizados. Por lo tanto, se puede decir que en 1822 terminaban 330 años de esclavitud en la parte oriental de la isla.
El proceso que llevó a esta abolición es uno de gran particularidad porque fue propiciada directamente por la República de Haití, que apenas 18 años antes se había constituido en la primera república negra del mundo, fruto de la única revolución de esclavos triunfante. Mientras en otros litorales americanos la abolición fue un proceso lento, producto de negociaciones y acuerdos entre esclavistas y autoridades, monárquicas o republicanas, en Santo Domingo fue un acto fulminante a partir de la unificación de la isla bajo Haití en febrero de 1822.
No existe un decreto explícito de abolición de la esclavitud para la parte Este, pero la ocupación de Jean Pierre Boyer el 9 de febrero implicó la entrada en vigor de la Constitución Haitiana de 1816 establecida por Petión, que en su artículo primero proclamaba: “No puede haber esclavos en el territorio de la República: la esclavitud queda abolida para siempre”. Y en función de este principio las autoridades se ocuparon de garantizar el cumplimiento de esta premisa. Una serie de documentos que se conservan en el Archivo General de la Nación de la República Dominicana dejan constancia del paso de una gran población de condición de esclavo o liberto a la de ciudadano. (Quisqueya Lora,2012)
La palabra “esclavo” desaparece de los documentos a partir de febrero. Fue usada en muy contadas ocasiones, como si fuera una palabra prohibida. Incluso para hablar del pasado, muchas veces, se sustituyó la palabra “esclavo” por “cultivadores”. De los documentos también desaparecen las referencias a condición social, estatus o color, un hecho trascendental si se toma en cuenta que durante tres siglos en esta isla en cualquier documento legal, luego del nombre, y como si fuera un apellido más, debía ir invariablemente un adjetivo referente al color y otro referente a la condición: don, doña, liberto o liberta, esclavo o esclava, negro o negra, criollo, mulato, pardo, entre otras múltiples denominaciones que pesaban sobre las posibilidades sociales y económicas de los individuos de la isla.
Aun así, la abolición fue compleja en muchos aspectos. Aunque Boyer hizo reparticiones de tierras, siguiendo una política instaurada por Petión en su República del Sur, estas no fueron homogéneas y generales, por lo que, aunque los antiguos esclavizados ahora eran libres, muchos no tenían posibilidad de abandonar los predios de sus antiguos amos. Los documentos muestran, por un lado, la queja de los dueños de plantaciones, de hecho, el censo hace referencia a plantaciones y estancias “en mal estado por falta de brazos” y, por otro, las negociaciones con aquellos antiguos esclavizados que optaron o no tuvieron más remedio que quedarse.
A todo lo largo de la parte Este plantar el árbol de la libertad se constituyó en el acto simbólico de abolición de la esclavitud. En cada parque central se realizó este acto. En la Plaza de Armas de Santo Domingo, lo que hoy es el parque Colón, el árbol de la libertad, que era una palma, se mantuvo por más de 40 años, hasta la primavera de 1864 en medio de la anexión a España1, cuando una noche de manera furtiva la misma fue derribada. José Francisco Pichardo, poeta destacado de la segunda mitad del siglo XIX, le dedicó un poema que tituló “A la Palma de la libertad: Indignamente derribada en la noche del 9 de mayo de 1864”, en una de sus estrofas decía:
Dejad correr vuestro llanto,
Dejadlo correr sin tregua,
Que el árbol de vuestras glorias
Derribado está en la tierra.
…..
Ya no verán vuestros ojos,
Ya no verán la palmera
Que vuestros padres plantaron
Allá en la infancia serena
(Pichardo, José Francisco, 1874, pp. 143-4)
La palma como símbolo de libertad fue traída por primera vez a la parte Este en 1801 por Toussaint Louverture quién realizó el primer acto de siembra de la palma de la libertad. Luis Alemar dijo que los libertos “llegaron a amarla y respetarla siempre” (Cassá, Constancio, 1918-1945). Por su parte, el historiador Del Monte y Tejada fue testigo del acto que se hizo en Santiago de los Caballeros en ese mismo año, el que fue descrito como uno de gran solemnidad. Mientras para los libertos, nuevos y antiguos, fue probablemente un símbolo fundamental, para las élites la palma y la ceremoniosidad alrededor de ella fue sistemáticamente minimizada o ridiculizada llamándola incluso “ridículos estorbos”(García, José Gabriel, 1982, p. 90).
El rechazo de la abolición como gesta significativa para los dominicanos tiene mucho que ver con el desprecio de las élites a los grupos populares y los sectores campesinos que en muchas zonas tenían unos orígenes que se remontaban a un pasado de cimarronaje y resistencia a insertarse en la vida colonial según las expectativas de los esclavistas y las lógicas del sistema económico colonial.
Los primeros recuentos históricos minimizaron o invisibilizaron la esclavitud. José Gabriel García, considerado el padre de la historia dominicana, cuyo Compendio de la Historia de Santo Domingo fue probablemente la narrativa histórica más influyente en el siglo XIX, describió la manumisión como un hecho intrascendente que, según él, se demostró en la dificultad que encontró Boyer para “obligar a los libertos a abandonar las casas de sus amos”, pues para García ni el odio de raza ni las preocupaciones sociales con que contaba Boyer para hacer su proyecto “estaban muy arraigadas en la Parte Española” (García, José Gabriel, 1982).
Pero, a pesar de la afirmación de García, la realidad mostró ser muy diferente, los documentos reseñan el irrefutable hecho de la pérdida de sus esclavos por los amos. En Higüey Francisco Travieso, electo diputado a las cámaras legislativas en Puerto Príncipe en 1822, recibió las instrucciones por el cabildo de transmitir al Senado de la República el “decaimiento que ha tenido este pueblo por la libertad de los cultivadores que antes eran esclavos”2. Entre los contratos que ahora debían hacerse con los cultivadores, el propietario Georgen Guerrero agradeció a las cultivadoras María de la Cruz y Gregoria Guerrero porque “jamás ha conocido en ellas que hayan querido dejarlo”. Petrona Fragoso contrató obligaciones “con todo mi gusto” con Facunda Cabral “en gratitud y agradecimiento que por haberla criado y no querer dejarla”3. Los contratos de 1822 están llenos de referencias a la posibilidad del abandono de los antiguos esclavizados, y ahora son los antiguos amos quienes tienen que refrendar y dejar constancia legal de los términos de su relación con sus trabajadores y ofrecer acuerdos atractivos para una mano de obra que puede dejarlos. Es clave entender la abolición como un momento de redefinición de las identidades, los nuevos derechos adquiridos crearon un nuevo campo de batalla aprovechado en mayor o menor medida por todos.
Otra forma en que se ha minimizado el tema es el uso del argumento de la poca cantidad de esclavizados existentes en la colonia de Santo Domingo. Se estima que para el momento de su abolición en 1822 los esclavizados representaban el 10% de la población. A pesar de su escaso número hay que tener claro que la mera existencia de esclavizados, por pequeño que fuera su número, instaura en toda sociedad un esquema discriminatorio, porque establece el principio de que existen personas inferiores en su humanidad y que en consecuencia pueden ser esclavizadas. La esclavitud fue un instrumento clave del colonialismo, constituyó la negación de la humanidad del otro sometido. Se les quitó su dignidad, se negó su cultura, sus formas de vida, su espiritualidad. Si existe la esclavitud entonces las ideas de igualdad y derechos no tienen validez absoluta y sus descendientes son herederos de estas limitantes. Por ello había una categoría especial para el esclavizado que conseguía su libertad, este no era libre, sino liberto. La poca cantidad de esclavizados no redujo la vigencia de concepciones racistas, ni políticas y prácticas discriminatorias para los libertos. La condición de libre se obtenía desde el nacimiento y, aun así, los nacidos libres de ascendencia esclava cargaban con el estigma social asociado al negro.
Tempranamente sobre los africanos en nuestra isla pesó todo el bagaje
de la institución esclavista y la consolidación de un conjunto de prejuicios biológicos, religiosos y morales. En las primeras décadas del siglo XVI la legislación mostró la equivalencia entre negro y esclavo (González, Raymundo). Si bien posteriormente la esclavitud perdió fuerza a la par con el declive económico, se mantuvo el fardo ideológico que sustentaba dicha institución. Por lo tanto, los negros y sus descendientes fueran estos más o menos oscuros de piel, sufrieron y convivieron con una carga de prejuicios que contribuyeron a conformar la sociedad que
luego sería la República Dominicana, es por eso por lo que el tema de la
esclavitud es fundamental y su abolición es un hito trascendental cuyo impacto nos falta reconocer como sociedad afrodescendiente.
Aunque creo que se ha abusado de la expresión “democracia racial” para
describir las relaciones coloniales entre amos y esclavizados, ciertamente en el siglo XIX la isla de Santo Domingo se convirtió en un espacio único de gobierno negro y mulato. Por lo tanto, si podemos hablar de algo parecido a una democracia racial se debe, no a la bondad española, como han querido decir una parte de los intelectuales decimonónicos y del siglo XX, sino más bien a pesar del régimen colonial y sobre todo por la lucha y la resistencia de los de abajo, las comunidades afrodescendientes. En 1822 se abrió una brecha que fue aprovechada por libres y libertos, blancos o negros.
Fue una oportunidad única pues Haití constituía un Estado negro y eso permitió el ascenso social de sectores anteriormente marcados negativamente con los prejuicios de la negritud. A finales del siglo XIX República Dominicana era considerado un país en el que las personas de color podían, en general, ejercer sus plenos derechos. Que Francisco del Rosario Sánchez, Buenaventura Báez, Gregorio Luperón y Ulises Heureaux, hijos y descendientes de esclavos, hombres negros, ocuparan puestos cimeros en los asuntos políticos nacionales solo se explica por los procesos sociales que se desencadenaron en 1822 con la abolición.
El siglo XIX fue el siglo de los mulatos y negros en el poder y no está lejos de la realidad la denominación de República mulata que April Mayes concede a la República Dominicana (Mayes, April, 2014). Una serie de figuras políticas e intelectuales configuraron proyectos nacionales en los que la dominicanidad se concibió como una de carácter híbrido, mestizo, visualizando el mestizaje como una riqueza y no una carga, planteando diálogos entre la hispanidad y la africanidad y lejos del antihaitianismo que ya estaba presente, son representantes de estos enfoques influyentes figuras como Pedro Francisco Bonó, Eugenio María de Hostos y Gregorio Luperón.
A pesar de estos puntos luminosos, no fueron el enfoque dominante, las
élites blancas o que se consideraban blancas, construyeron los relatos
hegemónicos y borraron la memoria de la esclavitud y la cultura afro. El racismo constituye una de las herencias más duraderas del colonialismo. República Dominicana tiene que reencontrarse con su pasado esclavo, entender lo que significó, la riqueza que hay en ese pasado, pero también el lastre que ha dejado en nosotros. Recordar y celebrar que el 9 de febrero de 1822, de golpe y porrazo fue abolida la esclavitud y las distinciones formales basadas en el color de la piel podría ser un inicio. Este evento trascendental, quizás la última conquista de la Revolución Haitiana, nos invita a que tomemos conciencia de las múltiples formas en que los dominicanos y dominicanas han luchado por su libertad, sus derechos y su identidad.
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Imagen: Mapa de Jean Antoine Pierron, 1825, David Rumsey Historical Map Collection.
Quisqueya Lora H. es historiadora y profesora de Historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y de la Universidad Iberoamericano (UNIBE). Directora del Departamento de Referencias del Archivo General de la Nación. Coautora de Antología de República Dominicana para CLACSO.
La conquista olvidada: La abolición de la esclavitud y su importancia para historia dominicana fue publicado por CLACSO en el Boletín 3 del Grupo de Trabajo Crisis, respuestas y alternativas en el Gran Caribe en 2020 y es una versión de la conferencia presentada en la primera Conmemoración de la abolición de la esclavitud en la parte Este de la isla Hispaniola, dedicado a Alanna Lockward, celebrada en Santo Domingo, jueves 7 de febrero, 2019.
Notas
1.- En 1861, después de 17 años de vida independiente, las autoridades de República Dominicana firmaron un acuerdo de anexión a España. La república volvía a la condición de colonia, pero sin el restablecimiento de la esclavitud. Dos años después en 1863 se inició la Guerra Restauradora por la cual los dominicanos repudiaron la anexión y se recuperó la soberanía dominicana en 1865.
2.- Libro de cabildo. 29 de junio de 1822, DO AGN ARH.4.05A-78.
3.- Acuerdo entre partes. Archivo Real de Higuey DO AGN ARH.1.14A-227.
Referencias
Acuerdo entre partes. Archivo Real de Higuey DO AGN ARH.1.14A-227.
Cassá, Constancio. Escritos de Luis E. Alemar 1918-1945, Archivo General de la Nación, p. 327-28.
García, José Gabriel 1982 Compendio de historia de Santo Domingo, Tomo II, Central de Libros, p. 90.
González, Raymundo. Transformaciones de la esclavitud en Santo Domingo colonial. En Historia general del pueblo dominicano, Tomo II, p. 252.
Libro de cabildo. 29 de junio de 1822, DO AGN ARH.4.05A-78.
Mayes, April J. 2014. The Mulatto Republic: Class, Race, and Dominican National Identity. Gainesville, FL: University Press of Florida.
Pichardo, José Francisco 1874 A la palma de la libertad: Indignamente derribada en la noche del 9 de mayo de 1864, En José Castellanos, “Lira de Quisqueya”, García Hermanos, pp. 143-48.
Lora, Quisqueya 2012 Transición de la esclavitud al trabajo libre en Santo Domingo: El caso de Higüey (1822-1827), Santo Domingo: Academia Dominicana de Historia.
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