Frente a la extrema derecha: feminismo antirracista y popular

Esther Girón*

Nota de MST-RD.org: Publicamos el siguiente artículo de Esther Girón, de Aquelarre RD, con la intención de abrir un ciclo de debate sobre perspectivas feministas y estrategia política en República Dominicana.

El mes pasado participé junto a jóvenes activistas queer de diversos movimientos sociales en la conferencia mundial organizada por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales y personas Intersex (ILGA). La conversación giró en torno a cómo las juventudes podemos reimaginar el sistema y construir estructuras alternativas de poder en tiempos de crisis múltiples. En ese sentido, cualquier respuesta de mi parte exigía analizar nuestro panorama político actual, caracterizado por el auge de la extrema derecha propiciada por el gobierno del PRM, encabezado por Luis Abinader, frente a un movimiento feminista despolitizado, y nuestros endebles espacios, agrupaciones y partidos ‘‘progresistas’’, especialmente cuando las crisis políticas se perciben como disfunciones momentáneas que no ameritan cambios estructurales.

La derecha dominicana y sus personajes han puesto en marcha las mismas estrategias utilizadas por representantes de la derecha radical de países de Latinoamérica y Europa. Primero, difundiendo fake news donde se coloca el feminismo y el colectivo LGBTIQ+ en el centro de sus críticas en las redes sociales. Segundo, negando en su marco ideológico las desigualdades estructurales que existen en la sociedad y por último, situando la inmigración en un lugar central en su programa y discurso para distraernos del malestar popular, la inflación y el alto costo de la vida, alegando una supuesta ‘‘invasión silenciosa’’. El feminismo se presenta como intruso causante de desestabilización para el programa de la derecha y sus estrategias, porque altera el orden establecido, la célula indisoluble que representa la familia heteronormativa, sagrada y puritana, que tiene la tarea de procrear el bien más valioso del capitalismo: el trabajador.

Mis primeros acercamientos con los conceptos feministas fueron en la universidad y por supuesto con sus marcos de análisis eurocentrados, de ahí que también pensaba que el género era la mayor opresión de todas y la más importante. Con el tiempo comprendí lo clasista y racista que resultaba esta lectura, tuve que desaprender para aprender de nuevo. Las feministas antirracistas sabemos que nuestro quehacer político debe enfrentar las múltiples opresiones que nos atraviesan (racismo, sexismo, clasismo, homofobia etc), porque no las experimentamos de forma separada sino de forma simultánea.

Nuestra política está comprometida a luchar contra la opresión racial, sexual, heterosexual y clasista, nuestra tarea específica es el desarrollo de un análisis y una práctica integrada basada en el hecho de que los sistemas mayores de la opresión se eslabonan”. Manifiesto Río Combahee.

En el activismo he coincidido con compañeras que hoy se nombran feministas antirracistas con quienes comparto la experiencia y desilusión en la militancia de los espacios de izquierda, dominados por hombres blancos que nos llevaron a ver la necesidad de construir otra cosa, sobretodo cuando sus marcos teóricos no alcanzaron a explicar y dar respuestas a nuestras circunstancias de vida. No se puede obtener un panorama exhaustivo de los desafíos y retos para enfrentar la desigualdad si no somos capaces de entender que las experiencias de opresión son multidimensionales e incluyen mecanismos discriminatorios basados no solamente en la economía. El trabajador no es solamente trabajador, también le atraviesan opresiones de raza, género e identidad u orientación sexual. Recuerdo camaradas decirme más de una vez que era demasiado feminista o que las feministas nos enfocábamos demasiado en ‘‘asuntos ideológicos’’ y no en los temas que eran realmente importantes; los económicos.

Ningún movimiento ostensiblemente progresista ha considerado nuestra opresión específica como prioridad, ni ha trabajado seriamente para acabar con nuestra opresión’’, Manifiesto Río Combahee.

La falta de una mirada compleja de las desigualdades en los espacios progresistas hace que muchos compañeros aún se refieran al feminismo como un programa político sectorial, incapaz de considerarse como base de análisis en la política general. Dicen estar ‘‘comprometidos’’ con la defensa de los derechos de las mujeres y LGBTIQ+, pero prefieren de manera reaccionaria no profundizar demasiado esas cuestiones por la división que produce en sus propias bases. El racismo también resulta ser un tema secundario de escasa relevanciadentro de sus prioridades políticas.

Las pensadoras feministas negras desde hace tiempo vienen aportando ideas para el desarrollo de propuestas y estrategias transformadoras, en el marco de una cultura política dominada por partidos tradicionales, que en su gran mayoría se rigen bajo una lógica meramente utilitaria, electoralista y transaccional que responde a ‘‘cómo movilizar a los votantes para ganar las próximas elecciones’’. Frente a estas estructuras políticas y partidarias cada día más divorciadas de los intereses del pueblo, urge politizar el feminismo, para trasladar nuestras demandas de la agenda feminista a la agenda de la justicia social. Urgeque la agenda del progresismo integre las complejas imbricaciones del sexismo, con el racismo, con el nacionalismo y con las desigualdades ligadas a la clase social, identidad u orientación sexual y todas las formas de desigualdad. No nos sirven movimientos funcionales a las dinámicas coloniales y neoliberales.

El feminismo debe conceptualizarse como un movimiento amplio que acepte la heterogeneidad de su sujeto político para construir un proyecto de liberación no solamente para las mujeres, sino para destruir todos los ejes de dominación como ha expresado la pensadora feminista descolonial dominicana Ochy Curiel. Nuestros movimientos progresistas deben impulsar procesos de construcción colectiva desde abajo, más allá de las coyunturas, con las personas que se encuentran en menor escala de privilegios, librando las batallas más urgentes por la defensa de la vida.

La politización del feminismo consiste esencialmente en conquistar las esferas públicas, donde nuestra tarea es contrarrestar las narrativas dominantes y proponer una visión de cambio con un enfoque diverso de actores e intereses. Politizar el feminismo implica la construcción de mayorías, organización política y articulación de los demás movimientos por la justicia social, para proponer transformaciones profundas, no necesariamente atadas a las lógicas institucionales. Las instituciones deberían ser una herramienta no el fin, el fin es dignificar la vida de todas las personas. Creemos que el poder no radica en las instituciones sino en el pueblo crítico y organizado, para ello hace falta trabajo comunitario y educación popular en el territorio, desde donde podamos proyectar la refundación del país.

*Esther Girón es co-fundadora del colectivo juvenil feminista y antirracista Aquelarre RD.

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