Chomsky y Siria

Yassin al-Haj Saleh

Imagen: Un barrio de la ciudad siria de Aleppo, destruido por bombas de barril lanzados por el régimen en 2015, tomada de Al Jazeera

Apenas tres semanas después de ser liberado, tras 16 años de prisión en Siria, comencé a traducir un libro al árabe. El libro era «Perspectivas sobre el poder: reflexiones sobre la naturaleza humana y el orden social», de Noam Chomsky. Me había tomado un tiempo darme cuenta de que el importante lingüista y el duro crítico del imperialismo estadounidense eran la misma persona. Me pareció un ejemplo notable y muy necesario de la responsabilidad social y política de los científicos e intelectuales. Su participación activa en el movimiento por los derechos civiles y la movilización contra la guerra de Vietnam fueron impresionantes, junto con sus prolíficos escritos tanto sobre lingüística como sobre política. En el libro que traduje, había dos ensayos sobre lingüística, uno sobre la responsabilidad del intelectual y cinco sobre política.

Para los antiguos presos políticos comunistas que habían pasado largos años detenidos y habían vivido la caída del comunismo mientras estaban en la cárcel, este referente estadounidense era importante. Nos dijo que la lucha por la justicia y la libertad aún era posible, que teníamos compañeros en el mundo y que no estábamos solos, y que la caída del bloque soviético podía ser emancipadora, no una pérdida desgarradora.

El segundo libro en cuya traducción trabajé junto a otro ex preso político fue «Una vida de disensión» de Robert Barsky. Era sobre la vida y la política de Chomsky. Incluso en aquella etapa temprana, teníamos algunas críticas al rígido sistema de pensamiento de Chomsky, limitado por su EE.UU.-centrismo, que sólo resulta parcialmente útil para analizar muchas luchas, la nuestra incluida. Nosotros mismos éramos disidentes en nuestro país y en dos niveles: oponiéndonos a un régimen que mostraba flagrantes tendencias discriminatorias y opresivas, y expresando opiniones críticas sobre la Unión Soviética y su comunismo. Un principio fundamental del partido en el cual yo era un joven militante era la istiklaliyya (independencia o autonomía), que significaba que éramos nosotros, y sólo nosotros, los que decidíamos las políticas adecuadas para nuestro país y nuestro pueblo, no ningún centro en el extranjero. De tal forma que no éramos huérfanos en busca de un nuevo padre, ni nos movía el deseo de sustituir el marxismo-leninismo por una especie de catecismo chomskiano. Sin embargo, siempre pensamos que nuestra causa era la misma: luchar contra la desigualdad y la opresión en todas partes, y sobre una base de igualdad y fraternidad.

Pero el tiempo reveló que se trataba de una ilusión, de la cual somos sus únicos responsables. En los 11 años transcurridos desde el inicio de la revolución siria en marzo de 2011, Chomsky no ha escrito ni una sola vez sobre Siria para informar a sus numerosos lectores sobre el drama del país. Sus comentarios dispersos revelan que ve la lucha siria -como ocurre con todas las demás luchas- únicamente a través del marco del imperialismo estadounidense. Por lo tanto, es ciego a las especificidades de la política, la sociedad, la economía y la historia de Siria.

Es más, su percepción del papel de Estados Unidos ha pasado de un americanocentrismo provinciano a una especie de teología, en la que Estados Unidos ocupa el lugar de Dios: aunque sea un Dios maligno es el único motorizador. Como resulta comprensible, esta perspectiva cuestiona la autonomía de otros actores, lo que nos trae ecos de los debates sobre el libre albedrío de los teólogos islámicos de hace unos 1.200 años. Chomsky parece estar más cerca de los jabriyyeen, que niegan totalmente la libertad humana y constatan la omnipotencia de Dios, que de los qadariyyeen, que pensaban que la justicia de Dios y la libertad humana iban juntas.

Los yihadistas actuales se adhieren principalmente a la tradición del jabriyyah. Chomsky ha sido persistente en su propia yihad durante décadas, de una forma que recuerda a Ibn Hanbal o Ibn Timiyyah, aunque sin arriesgar la libertad o la vida como hicieron los dos padres del salafismo moderno (salvo dutante su breve detención tras una protesta en el Pentágono durante la guerra de Vietnam).

Estados Unidos nunca ha sido una fuerza a favor de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos en Oriente Medio. Su papel destructivo en la región, desde por lo menos 1967, se compara justificadamente con el papel de la tiranía estatal y posiblemente del nihilismo islámico tras la ocupación estadounidense de Irak. Sin embargo, Estados Unidos no ha sido el protagonista central de la catástrofe siria, como lo admite una declaración que el propio Chomsky firmó en marzo de 2021. Lo más que ha hecho Estados Unidos es esforzarse por no perjudicar al régimen de Assad, incluso después de que éste violara el derecho internacional que prohíbe el uso de armas químicas y cruzara la «línea roja» del entonces presidente Barack Obama en 2013, tal y como lo hizo muchas veces antes y después de ello.

La perspectiva americanocentrista de Chomsky tiende sistemáticamente a minimizar los crímenes de los Estados que se oponen a Estados Unidos. En una entrevista reciente publicada por el periódico DAWN, en enero de 2022, él dijo: «Difícilmente se puede acusar a Irán de comportamiento ilegal o criminal por apoyar al gobierno reconocido [por las Naciones Unidas]» en Siria. Apoyar a un régimen que el propio Chomsky describe como «monstruoso» no es criminal ni ilegal, insiste. No encuentra nada ilegal en apoyar a un régimen que niega cualquier derecho a sus súbditos, y cree que sería ilegal castigar a ese mismo régimen por matar a más de 1.400 de sus ciudadanos con armas químicas en una clara violación del derecho internacional. Así lo expresó a Independent Global News en septiembre de 2013.

Lo que Chomsky llama el «gobierno reconocido» de Siria es el régimen dinástico que lleva 52 años en el poder, precisamente la mitad de los 104 años que comprenden toda la historia del Estado sirio moderno. Durante estas cinco décadas, Siria ha sufrido dos veces conflictos internos. Hubo decenas de miles de víctimas en la primera oleada (1979-82) y cientos de miles en la segunda (2011 a la actualidad). Ambas están estructuralmente relacionadas con la configuración camaríllesca y discriminatoria del régimen.Comentaristas como Chomsky hacen notar su calificación del régimen como «brutal» y «monstruoso», pero apenas como el prefacio de lo que consideran que es el verdadero problema: el papel de Estados Unidos y sus aliados en la región. Se equivocan.

El carácter monstruoso del régimen es el hecho central de este conflicto y, aún más, de la historia de Siria desde 1970. Es la clave para entender la persistente catástrofe del país y la raíz de todo lo demás. Pero el enfoque de Chomsky tiene el efecto de relativizar los crímenes del régimen, que representan el 90% de las víctimas y la destrucción. Pareciera que si no se puede culpar a Estados Unidos de estos crímenes entonces no tienen una gran importancia.

También resulta bastante curioso que Chomsky mencione de forma más bien insulsa y despreocupada que cuando Irán extiende su influencia en la región, lo hace principalmente en las «zonas chiítas o zonas cercanas a las chiítas», como si esto fuera de alguna manera un hecho neutral sin implicaciones sociales y políticas destructivas. Los izquierdistas y nacionalistas de la región llamamos a esto sectarismo, fuente singularmente importante de conflictos civiles y masacres genocidas en muchos países. Chomsky parece no haberse familiarizado en absoluto con el trabajo de muchos intelectuales árabes, en su mayoría izquierdistas, sobre el sectarismo y sus efectos destructivos desde la década de 1970. Así que quizá habría que plantearle una pregunta spivakiana: ¿Pueden hablar los intelectuales subalternos? Basándome en mi reciente experiencia personal, la respuesta es que no. Mi carta a la Internacional Progresista sobre Siria no fue publicada, y sus integrantes dejaron de contactarme después de que les enviara la carta, aunque había sido suya la iniciativa hablar conmigo en abril de 2020 e invitarme a organizar todo un dossier sobre Siria para ellos. Aparentemente, no hay lugar para nosotros, los izquierdistas y demócratas sirios que nos oponemos al régimen de Assad, en una coalición progresista internacional.

Desde los días en que se planteó la «Cuestión Oriental», hace más de un siglo y medio, el sectarismo se ha desarrollado a través del nexo entre las intervenciones coloniales externas y las «extervenciones» internas, por así decirlo, cuando los grupos socioculturales nacionales se ven empujados a exigir la protección de las potencias externas. El imperialismo francés ofreció un ejemplo primordial de este paradigma hasta la independencia de Siria y El Líbano tras la Segunda Guerra Mundial, y esa historia sigue siendo relevante.

Al supervisar a las milicias chiítas importadas de Afganistán, Irak y Líbano, y al coordinarse con formaciones militares altamente sectarias como la Cuarta División del ejército sirio (dirigida por Maher al-Assad, hermano de Bashar) y otras agencias de seguridad igualmente sectarias, Irán no es meramente una «supuesta amenaza», como aseguró Chomsky en la misma entrevista; más bien es otra potencia colonial despiadada, que manipula de forma criminal las divisiones sociales que el régimen de Assad ha estado exacerbando durante medio siglo. Irán es culpable de crímenes de guerra contra personas sirias que se oponen al régimen.

Dentro de la teología de Chomsky, nada de esto es visible. La transformación de la república árabe más antigua en un estado privatizado con un creciente potencial genocida se derivó de perseguir la quimera de una seguridad permanente y absoluta, móvil que siempre ha conducido a atrocidades masivas en Siria y en todas partes, como sostiene Dirk Moses en «Los problemas del Genocidio: La seguridad permanente y el lenguaje de la transgresión». Esta transformación reaccionaria, la mayor en la historia de Siria después de la independencia, nunca ha merecido atención dentro de la perspectiva de Chomsky.

No es sorprendente que los sirios no estén representados en sus comentarios sobre Siria. Chomsky nunca se refiere a un sirio, ni cita a uno, ni siquiera menciona a un occidental que apoye la causa siria. Sus fuentes son personas como Patrick Cockburn, que considera al régimen un mal menor, y posiblemente el difunto Robert Fisk, el periodista británico que dio voz a asesinos sectarios como Jamil Hassan, el jefe de la notoria inteligencia de la fuerza aérea, y Suheil Hassan, el líder de las igualmente notorias Fuerzas Tigre, pero nunca a personas críticas hacia el régimen químico. Los tres comparten una perspectiva desde la «alta política» centrada en los «gobiernos reconocidos» -Rusia, Irán, Israel y Arabia Saudí- así como en los yihadistas y el imperialismo estadounidense.

De Cockburn, Chomsky toma prestada la noción de «wahabización del islam suní», que es una generalización precipitada e irresponsable, y por lo mismo resulta tan útil para quienes no saben y quieren que otros crean que saben. Esta generalización no difiere en absoluto del libro notoriamente racista de Raphael Patai, «La mente árabe», que proporcionó la base teórica para la tortura en Guantánamo y Abu Ghraib, según Judith Butler en «Marcos de guerra». Cockburn no le dijo nada a Chomsky sobre la iranización del islam chií, también una gran generalización, aunque un poco más plausible si se tiene en cuenta que los chiíes son un grupo minoritario en la mayoría de los países musulmanes y porque hay un centro imperial activo en Teherán.

Es bastante revelador, por cierto, que DAWN haya omitido las exoneraciones de Chomsky a Irán y su «actuación principalmente en las zonas chiítas o cercanas a las chiítas», en la versión árabe de su entrevista con él. Ellos tienen una mejor comprensión del tema, y parece que se sintieron avergonzados por lo que dijo.

Si la «wahabización de los árabes suníes» es el diagnóstico correcto de una enfermedad fundamentalista puesta de manifiesto por el grupo Estado Islámico y Al Qaeda, entonces quizás el remedio correcto sería el tipo de deswahabización que hemos visto en la bestial prisión militar siria de Sednaya, Guantánamo o Abu Ghraib, donde se pueden probar y desarrollar «técnicas mejoradas de interrogatorio». Personajes como Cockburn y Chomsky han contribuido a insensibilizar a la opinión pública occidental ante lo que pueda ocurrir con el «rebaño wahabizado», algo que aumenta la precariedad de sus vidas y legitima las mismas guerras a las que Chomsky se opone.

Pero, ¿por qué Cockburn, que ni siquiera habla árabe, es «el comentarista más serio» sobre Siria y la región, según el coautor de «Fabricando el consenso»? ¿No hay gente en la región que sea capaz de comentar seriamente sus propios asuntos y representarse a sí misma? ¿Es concebible hoy en día que incluso los autores mainstream de Estados Unidos llamen a un periodista extranjero «el comentarista más serio» sobre otro país o región extranjera? En esta práctica inesperadamente colonial, Chomsky podría beneficiarse de una buena dosis de Edward Said.

Por cierto, hay unos cuantos libros en árabe sobre el islamismo contemporáneo, Siria y grupos como el Estado Islámico, más informativos y matizados que «El ascenso de Estado Islámico: ISIS y la nueva revolución sunita» de Cockburn, cuyo «análisis» sectarizante y conocimiento estereotípicamente colonial es regurgitado acríticamente por «el intelectual público vivo más citado del mundo». Fisk fue aún más mecánico al desplegar este método colonial de análisis. Estos tres hombres repiten cosas coloniales rancias, rehabilitadas por regímenes coloniales internos como el de Assad y por crueles potencias expansionistas como Irán y Rusia para su propio beneficio.

Lo que tanto Chomsky como su «comentarista más serio» ignoran es que el islamismo en todas sus variantes es un fenómeno minoritario y elitista, y esa es una de las razones por las que es tan violento. Las encuestas del Barómetro Árabe en 2018-19 mostraron que «menos del 20% de la gente en Túnez y Egipto (así como en Argelia, Jordania, Irak y Libia) confiaba en los partidos islamistas. Más del 76% estaría a favor de la democracia y el estado civil». Estas cifras se citan en el libro de Asef Bayat «Vida revolucionaria: El día a día de la primavera árabe». En este libro, publicado en 2021, encontramos un enfoque genuinamente democrático, una perspectiva subalterna, análisis matizados, respeto a los hechos, un antirracismo de principios, a diferencia de la teología de Chomsky y de su fuente. Siria no es en absoluto diferente de las sociedades que aparecen en la encuesta.

En los siguientes párrafos intentaré mostrar a los lectores cuán superficial es la tesis de la wahabización, aunque sin entrar en muchos detalles.

El islamismo contemporáneo es el intento de generar política en sociedades que no tienen una verdadera política interna, en Estados que tampoco tienen una verdadera soberanía a nivel internacional. Muestra los límites de la pobreza política en sociedades que han sufrido el politicidio, como Siria, Egipto, Libia, Túnez, Irak y Arabia Saudí. Porque la única «asamblea» que ni siquiera los regímenes exterminadores pueden disolver es la de los creyentes en los lugares de culto, y la única «opinión» que no pueden silenciar es la de las sagradas escrituras. Esta circunstancia es la razón por la cual los islamistas llegaron a desempeñar un papel relativamente importante en las últimas cuatro décadas. El Islam permitió a mucha gente reunirse y hablar, e incluso protestar sobre asuntos públicos.

Sin embargo, la estructura jerárquica y elitista del islamismo también enajena sistemáticamente a la gente de la política desde que el islamismo pasa de la protesta al poder. Incluso en el caso del yihadismo, que constituye una minoría aún más pequeña dentro de la minoría islamista, sería una simplificación excesiva reducirlo a un proceso de wahabización desencadenado por la monarquía saudí. Por el contrario, el yihadismo es una guerra que se libra cuando los Estados árabes y musulmanes modernos no pueden luchar contra los invasores extranjeros (estadounidenses, israelíes, etc.) y sólo pueden hacer la guerra contra sus súbditos. El Islam que fue formado por el imperio (en lugar de formarlo), se encarga de responder a esta condición a largo plazo de la deficiente soberanía de los Estados. Definitivamente hay un componente anticolonial y antiimperialista en la yihad, pero no lo capta la imaginación y la memoria imperialista mitificada del islamismo contemporáneo.

En Siria, en particular, la reducción de una mayoría sociocultural a una minoría política -con la discriminación, el politicidio, la tortura y las masacres como métodos para efectuar la minorización- tiene un considerable poder explicativo para comprender mejor el islamismo suní. Las personas no representadas, a las que se les niegan los derechos y la capacidad de organizarse, tienden a encontrar representación en sus identidades religiosas. La coincidencia con la tiranía estatal agresiva -que mira a los gobernados con el ojo gorgónico de la soberanía (unidad, matanza, excepción) y a las potencias regionales e internacionales con el ojo benigno de la política (pluralidad, negociación, reglas)- hace que el ascenso del islamismo violento sea una certeza histórica.

En nuestros Estados al revés, donde la guerra es hacia dentro y la política hacia fuera (a diferencia del Islam clásico y del tipo ideal de los Estados-nación modernos), el yihadismo contemporáneo representa la soberanía sin política, las guerras hacia fuera y hacia dentro. Me extiendo un poco en esta cuestión del fundamentalismo porque parece ser un punto importante en la teología de Chomsky y por el patético nivel de conocimiento sobre el islamismo en Occidente. En el análisis contemporáneo, los islamistas, y especialmente los yihadistas, parecen irracionales, irresponsables y sin sentido. Con esto como teoría, la solución no puede ser otra que remitirlos a Guantánamo, a Abu Ghraib, al Guantánamo de Europa (el campo de detención de al-Hol, en el noreste de Siria, donde miles de mujeres y niños, cientos de ellos de origen europeo, están detenidos indefinidamente por estar relacionados con algunos «combatientes ilegales» del Estado Islámico) o a Sednaya (y Tadmur en los años de mi juventud) sin derecho alguno, y dejarlos allí indefinidamente. Han sido convertidos en inhumanos, y por lo tanto sus vidas no importan.

¿El estudio serio del islamismo en su amplio espectro, desde los individuos practicantes hasta las organizaciones nihilistas como el grupo Estado Islámico y Al Qaeda, justifica y legitima a estos últimos? En absoluto. Pero ciertamente puede ayudarnos a entender un fenómeno global importante y a evitar las batallas reaccionarias en las que estos islamistas, junto con sus poderosos homólogos de Occidente, Rusia, India y China, quieren que nos hundamos durante generaciones.

Las «ideas» de Chomsky al respecto no son más que otra expresión del fracaso de las humanidades occidentales para humanizar: Da por sentada la parte de la deshumanización, reproduce una versión pobre de la misma y la consolida. Existe una cuestión islámica global (islamismo más islamofobia, que es en realidad una mezcla de sunnifobia y arabofobia), y la forma en que el islam y el islamismo se representan en todas partes sólo parece trazar un camino hacia una carnicería cada vez mayor. En esto, el gurú criticado aquí es tan conservador como se puede llegar a ser.

La situación en Siria, con cinco potencias ocupantes, es instructiva para cualquiera que esté realmente interesado en mejorar su comprensión de la actual situación mundial. Tenemos a las fuerzas estadounidenses en una parte del país, a los rusos e iraníes protegiendo al «gobierno reconocido», a los turcos en otra parte, los cuatro con sus apoderados locales o importados; y antes de todo eso, tenemos a los israelíes, que han ocupado los Altos del Golán desde 1967 y han monopolizado los cielos de Siria en coordinación con los rusos.

Siria es una rara situación de «imperialismo líquido», parafraseando al difunto Zygmunt Baumann; sin embargo, el hecho de que haya cinco estados poderosos en un pequeño país, o lo que puede llamarse «imperialismo en un país», no parece interesar a Chomsky. No olvidemos tampoco que «los imperialistas conquistados», o los imperialistas sin imperio -me refiero a los yihadistas suníes procedentes de todo el mundo- siguen ahí. Esta compleja situación no puede explicarse relativizando los crímenes de los adversarios de Estados Unidos y absolutizando los de los estadounidenses.

Chomsky dice que la intervención de Rusia en Siria está «mal» pero «no es imperialista», porque «apoyar a un gobierno no es imperialismo». Rusia tiene muchas bases militares en Siria, ha alquilado el puerto de Tartous durante 49 años y ha matado a 23.000 civiles sirios en seis años. Putin y sus ayudantes se han jactado varias veces de haber probado con éxito más de 320 sistemas de armas en Siria y de que el 85% de los comandantes del ejército ruso adquirieron experiencia de combate en Siria. En 2018 y 2019, Rusia recibió pedidos de armas por valor de 51,100 y 55,000 millones de dólares. Estas acciones no figuran en absoluto en el análisis de Chomsky; en respuesta a la pregunta del médico sirio Taha Bali sobre el imperialismo ruso, Chomsky negó que tuviera lugar una práctica imperialista antes de pasar apresuradamente a su eterno monólogo: «¿Qué hace Estados Unidos? Apoya a los países que están desarrollando a los movimientos yihadistas», refiriéndose a la monarquía saudí.

Esta visión es bastante superficial, como espero que haya quedado claro a estas alturas. En todo caso, la falta de soberanía del Estado saudí y su necesidad de protectores extranjeros, más que su apoyo activo, es lo que explica el yihadismo. Osama bin Laden fue bastante claro en este punto en 1990 cuando pidió que los saudíes no permitieran que las tropas estadounidenses y de otros países tuvieran bases en el reino y dijo que sólo los musulmanes debían defender las tierras musulmanas. Sin embargo, el apoyo de Estados Unidos a los saudíes tampoco tendría que considerarse imperialismo, dado que el gobierno saudí también está reconocido por la ONU.

Una idea del vergonzoso nivel de conocimiento de Chomsky sobre Siria puede verse en la misma entrevista en vídeo en la que afirma que no hubo ningún levantamiento en Siria en 2012 (según nuestro conocimiento subalterno, el levantamiento comenzó en marzo de 2011) y luego da a entender que, si hubo manifestantes, estaban allí junto al Estado Islámico y otros grupos yihadistas.

Se entrevé de forma igualmente interesante el modo de pensar de Chomsky cuando, sobre la cuestión de la intervención humanitaria tras la masacre química de 2013, pregunta al mismo médico y activista sirio: ¿A quién deberían bombardear los estadounidenses en Siria? ¿Al régimen? Porque eso, por supuesto, socavaría el «frente de resistencia» a los yihadistas. La reducción de la lucha siria a este marco dominante por parte de Chomsky es compartida por Eric Zammour, el candidato presidencial de la derecha francesa, quien recientemente recomendó rehabilitar las relaciones con el régimen sirio porque las opciones son el statu quo o el Estado Islámico y el califato. Otro adepto es Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, que declaró en 2012 que Rusia no aceptaría el dominio suní en Siria. Chomsky tiene muchas ideas fijas, y parece más fácil mover montañas que esperar que las revise o admita errores.

En medio de todo esto, la crítica de Chomsky al papel de Estados Unidos en Siria parece totalmente superflua. Dado que Estados Unidos hizo exactamente lo que a Chomsky le gusta: Nunca bombardeó al régimen, combatió sólo a los yihadistas, pensó, como él, que o es Assad o es el yihadismo, y apoyó a los kurdos, a los que deseaba que el malvado Dios estadounidense protegiera (véase su participación en «Disidentes de la izquierda internacional», editado por Andy Heintz, 2019, página 26). ¿Por qué protegerlos a ellos, pero no a todos los demás? Los sirios han pedido protección internacional desde el otoño de 2011, unos seis meses después de su levantamiento totalmente pacífico, en vano. Sólo después de movilizar su propio poder colectivo pacífico y luego exigir la protección del mundo del que se creían parte, mucha gente empezó a recurrir a Alá, lo que fue bueno para los grupos alá-cráticos.

Curiosamente, Chomsky habla en el libro de Heintz como un general militar, diciéndole al hegemón imperialista estadounidense que «debería hacer todo lo posible para proteger a los kurdos en lugar de mantener las políticas pasadas de traición habitual». Por una vez, la intervención humanitaria es posible.

En realidad, los sirios han sido palestinizados mientras que el régimen se israeliza con Rusia ocupando el papel de Estados Unidos: vetando 16 veces una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger al régimen de los señalamientos. Pero el pensamiento de Chomsky parece residir en la teología más que en la historia, libre de contexto o posición y eternamente válido, por lo tanto, inmutable. Este privilegio del sistema sobre el contexto y la posición explica que Chomsky haga referencia a la masacre química de Saddam Hussein en Halabja en 1988 en su entrevista con DAWN mientras que no menciona nada sobre las numerosas masacres químicas perpetradas por el régimen en Siria, aunque son mucho más recientes. A estas alturas debería estar desalentadoramente claro por qué: Estados Unidos estuvo implicado en la primera, por lo que sus víctimas son dignas de compasión. El papel de Estados Unidos en la masacre química siria fue más ambiguo: condenó el ataque pero se apartó de su propia línea roja y pasó a negociar un sórdido acuerdo con Rusia. El acontecimiento no se prestaba a la visión determinista de Chomsky, así que resolvió su disonancia cognitiva recurriendo a la negación.

«No resulta tan obvio por qué el régimen de Assad habría llevado a cabo un ataque de guerra química en un momento en que está prácticamente ganando la guerra», dijo. Bueno, no resulta tan obvio por qué los nazis habrían llevado a cabo ejecuciones en cámaras de gas en un momento en el que estaban prácticamente ganando la guerra en el Este. Durante al menos seis meses, Hannah Arendt dudó de la existencia misma de las cámaras de gas porque no eran militarmente necesarias. Tampoco resultaba obvio por qué el ejército estadounidense humillaba, aterrorizaba y torturaba a los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib después de haber derrocado con éxito al régimen de Saddam. Incluso no es obvio por qué el propio régimen de Assad seguiría torturando a personas en su calabozo durante años, sólo para ejecutarlas al final.

Sustituyendo los hechos por una lógica primitiva, el comentario de Chomsky sobre las masacres de agosto de 2013 no es una expresión de conocimiento, sino de negación basada en un razonamiento interesado. No era imposible para él leer los informes de Ghouta Oriental, basados en la investigación de campo y el activismo, de gente como el gran Razan Zeitouneh, traducidos al inglés, y publicados justo después de la enorme masacre de agosto de 2013 (ver aquí y aquí). Pero Chomsky nunca ha permitido que los hechos compliquen sus ordenados esquemas. En su análisis, los activistas y escritores sirios son invisibles, inexistentes de hecho.

Chomsky apoyó a Ted Postol, el teórico de la conspiración que niega la masacre química de Khan Sheikhoun, donde murieron 92 personas el 4 de abril de 2017. Este «profesor del MIT» fue descrito por el camarada Noam como «un analista muy serio y creíble», comparable sin duda al «comentarista más serio.» ¿Hay personas en Khan Sheikhoun con las que se pueda entablar contacto y preguntar sobre lo que ha sucedido a su comunidad y quién creen que fue el responsable de matar a sus seres queridos? No en el mundo de los «profesores del MIT». En nuestro mundo, el subalterno puede tener voz, pero no tiene audiencia dentro de las universidades estadounidenses de élite.

Uno llega a la conclusión de que un crimen es un crimen cuando lo comete el imperialismo estadounidense o se comete contra quienes no son sus aliados. Por el contrario, un crimen no es gran cosa cuando los autores no son los estadounidenses o las víctimas son sólo de las comunidades «wahabizadas». No hay nada «criminal» o «ilegal» en matar a los de esta última categoría. Incluso el apoyo a un régimen monstruoso no puede ser criminal, porque ese mismo monstruo es un gobierno.

El «gobierno» de Siria dirige una máquina de tortura; es extremadamente corrupto, extremadamente sectario y extremadamente destructor de la verdad. En un mundo cuerdo esto significa que es ilegítimo. Es una junta bajo cuyo largo gobierno Siria ha pasado de ser un país subdesarrollado a un matadero sin remedio. En los 52 años de gobierno de la familia Assad, se ha legitimado utilizando el tropo colonial de «proteger a las minorías». Otra idea legitimadora utilizada por el régimen después de la revolución es la guerra imperialista contra el terror, el único «gran relato» que queda en nuestro planeta, y la base de las alianzas criminales contra los movimientos populares y a favor de las juntas criminales en todas partes. Por lo tanto, es extraordinario que Chomsky, un autoproclamado anarquista, justifique la intervención rusa en Siria porque fue invitada por su «gobierno reconocido».

La osificación del sistema de pensamiento de Chomsky explica la paradoja de calificar al régimen de brutal y monstruoso sin poder decir una sola frase positiva sobre ninguno de los que han luchado contra él. Entre otras cosas, su sistema estrangula su mejor juicio. No puede ser ciego al hecho de que el régimen dinástico de los Assad es uno de los peores del planeta. En cambio, Chomsky se guía por un sistema muerto, indiferente al legítimo deseo de la gente de no vivir bajo una tiranía violenta, así como a la magnitud del sufrimiento y el dolor humanos que se les inflige cuando actúan de acuerdo con ese deseo. Se aferra a un sistema reificado porque funciona como lenguaje común que comparte con sus fans y seguidores. Por eso le cuesta más disentir de este sistema que del sistema imperialista estadounidense. En el Islam, llaman a la primera disidencia la yihad mayor. Siempre es más fácil luchar contra los enemigos declarados que contra el propio discurso y yo imperial.

Siendo yo mismo un izquierdista de toda la vida, lo que me ha impactado en el discurso izquierdista occidental sobre Siria no ha sido la posición poco fraternal, antidemocrática y antipática de muchos de los implicados, sino la trivialidad del debate, una combinación embrutecedora de ignorancia y arrogancia. Siria nunca ha sido el foco del debate; más bien ha sido sólo una herramienta para reiterar viejos dogmas sobre el imperialismo estadounidense y sus intrigas. Es la misma cáscara solipsista dentro de la cual prosperan Cockburn y Fisk. Chomsky no puede reconocer a los sirios porque desestabilizamos este sistema, complicamos el lenguaje e insistimos en nuestro derecho a representarnos.

Algunos lectores pueden encontrar esta crítica dura y emocional en su refutación de un supuesto aliado. Lo es. Y lo es precisamente porque se suponía que era un aliado. Chomsky es bastante influyente, y es responsable de la difusión de juicios erróneos y apatía sobre la mayor lucha de este siglo. Ya no es una conducta correcta absolverle de las críticas, como hemos hecho hasta ahora los escritores y activistas sirios. El problema con Chomsky no es que sepa poco sobre Siria (que de hecho es el caso); el problema es que nunca puede decir «no sé». Desde su perspectiva, es tan omnisciente como omnipotente es el imperialismo estadounidense. Lamento decir que su sensibilidad es aún menor a lo poco que sabe, como lo demuestra su imperdonable comentario sobre la masacre química de 2013. Puede conducirse como polemista de una manera bastante deshonrosa, como demuestra un largo intercambio de correos electrónicos entre él y Sam Hamad en 2017. Lo que parecía estar en juego para él es su propia corrección, no el destino de millones de personas. Semejante insularidad es un insulto a cualquier política verdaderamente de izquierda y liberadora, y merece ser dejada atrás.

Si algo ha hecho Chomsky es contribuir a invisibilizar a los activistas y escritores sirios que luchan por la democracia y la justicia social, en lugar de ayudar a hacernos más visibles a nosotros y a nuestra causa. Difícilmente el comportamiento de un aliado.

Es fácil detectar un fuerte componente imperialista en el antiimperialismo verticalista de Chomsky, que simplemente no ve a la gente corriente en su lucha por la vida y la dignidad; sin embargo, no se abstiene de informarnos acerca de lo que es una lucha genuina, qué amenazas son reales y cuáles son supuestas, y a quién se le permite darles sentido. Anexar todas las luchas a aquella que Chomsky y los suyos decidan no es diferente de anexionar otras tierras a un centro imperialista. Lo primero reclama la istiklaliyya (independencia como mentalidad) y lo otro el istiklal (autogobierno). El antiimperialista imperialista siempre sabe lo que conviene sin molestarse en estudiar. Los hechos prosaicos no son importantes.

La influencia de Chomsky en el extranjero supera incluso a los presidentes estadounidenses en cuanto a su poder simbólico; sin embargo, a diferencia de ellos, no está sujeto ni siquiera a los «controles y equilibrios» teóricos. Es intimidante criticar a una autoridad así. Puede ser peligrosamente intimidante criticar a las autoridades políticas, como sigue ocurriendo en mi país, en Rusia, en Irán y en muchas partes del mundo. Pero es nuestro deber como agentes éticos en las luchas contemporáneas por la libertad y la justicia cuestionar a estas autoridades y mostrar sus limitaciones. He intentado mostrar que, en relación con la causa siria, esta autoridad concreta carece de información básica, de análisis matizados, de curiosidad intelectual y de empatía humana. Es justo decir que se trata de una autoridad inconstitucional, incluso absoluta y arbitraria.

Veinticinco años después de haber traducido «Poderes y perspectivas», encuentro que su autor cierra decisivamente cualquier perspectiva de un futuro diferente. La perspectiva de Chomsky contradice a la democracia en muchos aspectos fundamentales: alta política, americanocentrismo, jabriyyah, omnisciencia, desatención a lo contingente y a lo sorprendente (que es la historia), antiimperialismo imperialista verticalista, y una negación total de la agencia de los pueblos que luchan por la libertad y la justicia. El sistema de pensamiento de esta autoridad es autoritario. Es un establecimiento del que hay que disentir tanto como del comunismo soviético y sus derivados.

*Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio y ex preso político. Artículo publicado originalmente en inglés por New Lines Magazine.