Félix J. De Paula
En un acto marcado con el filo de la demagogia, el ministro del Trabajo Luis Miguel De Camps, junto al presidente de la República, la burocracia sindical y los dueños de los centrales azucareros del país, anunciaron con bombos y platillos un “aumento” salarial a los demacrados trabajadores de la caña.
Las condiciones infrahumanas y las penurias que viven día a día los obreros agrícolas en los bateyes y las plantaciones de caña se definen por las excesivas jornadas de trabajo a las que son sometidos, el hambre que los acosa a diario, la falta de asistencia médica, por no contar siquiera con un dispensario médico, la falta de agua con la cual suplir sus necesidades básicas, entre muchas carencias que hacen de la existencia en aquellos lugares un verdadero infierno caribeño.
Mientras tanto su superexplotación llena las arcas de los buitres capitalistas, dueños del país. Es vergonzoso que para el gobierno dominicano tomar en cuenta el sufrimiento de aquellos infelices jornaleros, haya sido necesario que el Congreso de los Estados Unidos, el país precursor de la semiesclavitud de los trabajadores inmigrantes haitianos en la industria azucarera dominicana en el siglo XX, amenazara con retirar los privilegios aduaneros si no mejoraba las condiciones de trabajo a los obreros de la caña y si la situación en los bateyes no mejoraban.
Ahora el gobierno anuncia con ínfulas de generosidad un mísero aumento de sueldos a los trabajadores de la caña. Es una burla a esos trabajadores que han dejado el cuerpo y el alma en aquellos sembradíos de caña, para que los explotadores del Central Romana y los Vicini mantengan las arcas de los bancos llenas.
Desde la construcción de los primeros ingenios a vapor en el país a finales del siglo XIX, por capitalistas cubanos, y las primeras inversiones de capitalisas estadounidenses y europeos en la industria azucarera a comienzos del siglo XX, la explotación en los bateyes ha sido la regla. Ramón Marrero Aristy lo expresa claramente en su obra Over, una novela que retrata la realidad de los bateyes y los ingenios, donde los trabajadores de la caña son sometidos a condiciones parecidas a la esclavitud, con salarios escandalosamente bajos proporcionados mediante los denominados vales, destinados exclusivamente al cambio en las bodegas de los mismos capitalistas azucareros.
En parecidas condiciones se encuentran otros trabajadores, que no tienen quien abogue por ellos. Tal es el caso de los encargados del aseo en los diferentes ayuntamientos del país, los cuales viven en condiciones paupérrimas, con salarios que no llegan ni a 5,000 pesos al mes, o trabajadores del sector del comercio. La falta de libertad sindical, que se refleja en una bajísima tasa de sindicalización, hace retroceder las relaciones laborales en todos los sectores.
En ese marco, las condiciones de trabajo de los trabajadores de la caña están entre las peores, no sólo porque devengaban un salario de 198 pesos al día, 5,940 mensual, llevado a 10,000 pesos hace algunas semanas, sino por todas las demás condiciones de las relaciones laborales en este sector. Lo que exigimos, porque son derechos de toda persona que vive de su trabajo, es una jornada laboral de 8 horas, un salario equivalente a la canasta familiar, al menos la del quintil más bajo, libertad sindical, acceso a seguridad social y asistencia médica, así como viviendas salubres con agua, luz eléctrica e instalaciones sanitarias. Menos que eso es violar sus derechos humanos.